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El ascenso de los
Estados Unidos como nación importante en el mundo, presenta varias semejanzas a
otros ejemplos en la historia, en los que naciones con un crecimiento económico
y cultural constante durante décadas, parecen llegar en un momento a un estado
de cierto estancamiento que se traduce a su vez, en un estado de ánimo
colectivo, que no genera ese élan vital que le caracterizaba y
le hacía tan atractivo ante el mundo.
Un país con un
extendido modelo de premiación a los capaces que hasta hace poco ha funcionado
bien, permitiendo que de una gran masa de ciudadanos intelectual y
culturalmente de niveles medios o bajos, surjan individuos extraordinarios que
varían el curso de los acontecimientos.
Su intervención en
diversas formas en el proceso de consolidación de las repúblicas
latinoamericanas es indudable, desde cuando a fines del siglo XIX su creciente
industria y capitales reemplazaron a los intereses ingleses en la región,
especialmente en Centroamérica y en el Caribe.
Como lo señalaba un destacado historiador mexicano, la joven nación de sencillos pioneros, siempre en movimiento, en búsqueda de una cambiante frontera, por fin, comienza a asentarse. El país de inmigrantes, prolongación ideal de Europa, aquella tierra de suelos y hechos increíbles, se vuelve madura y envejece, emergiendo cada vez menos como la orgullosa América y cada vez más como los multiculturales Estados Unidos.
Dejando atrás las
antiguas adhesiones a la familia y los viejos preceptos puritanos de las
anteriores generaciones, los jóvenes estadounidenses muestran nuevas
preocupaciones, quizá no pierden la ambición del éxito, pero la manera, el
cómo lograrlo, ha variado, la idea del
trabajo duro y leal cede a un facilismo y un mediano estándar.
Por las nuevas
tendencias universales o por el ascenso de nuevos actores, los Estados Unidos
no son ya en muchos terrenos, el primer país del mundo. Aunque es cierto que
todavía producen el mejor show bussines con los espectáculos
más costosos y los más famosos artistas, no fabrican, por ejemplo, los mejores
autos, artefactos, juegos y dispositivos electrónicos, y muchos de los más
lúcidos y creativos talentos mundiales provienen o están vinculados con otros
países y regiones.
Los cambios en el equilibrio
universal de fuerzas, tales como la terminación de la Guerra Fría por la caída
de uno de sus grandes actores, pese a que la fortalecieron como potencia
vencedora, parece que a la larga también la han llegado a debilitar. Por otro
lado, el surgimiento de los países emergentes con sus importantes aportes, han
variado notablemente las condiciones globales.
De alguna
forma, después de tantas luchas y héroes
paradigmáticos, se cierran mentales fronteras, se cancelan
utopías, confirmando la percepción de que éstas y otras manifestaciones
culturales y políticas son las primeras señales de cansancio y agotamiento.
Esto no es novedad, puesto que sucedió con otras naciones poderosas en el
pasado, cuando su propio triunfo supuso también su mayor defecto. Recordemos
lo sucedido en los últimos quinientos años con las sucesivas “hegemonías” de
España, Francia e Inglaterra, cada una no se mantuvo por más de siglo y medio, con sucesivos ciclos de alto crecimiento, antecediendo a períodos de
grandes crisis y declinación. La diferencia con aquellos procesos es la
velocidad en que todo está ocurriendo, en pocos años regiones y países antes
relegados, han surgido y se han convertido en importantes actores,
transformando radicalmente el escenario global actual.
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